martes, 22 de mayo de 2007

El cuento del pastelero

Había una vez, el mejor pastelero del pueblo. Un hombre que sabía convertir aquello que imaginaba (y hasta cosas inimaginables) en chocolate, nata o lo que quisiera. Tal era su talento que famosos de toda la región acudían a su casa para pedirle encargos personales. Nadie conocía el oficio como él, y nadie era capaz de crear pasteles con tanta belleza. Era un genio.
Pero un buen día, el alcalde del pueblo, tuvo una cita muy importante: la boda de su hija. Ella se casaba con el hijo del alcalde del pueblo de al lado y, claro, necesitaba un pastel del mejor pastelero de la zona. El alcalde estaba nervioso, pues quería que todo saliera a la perfección. Un evento así lo merecía.
Dicho y hecho, el pastelero se puso a trabajar en una gran bola de chocolate que significaba el nuevo mundo creado con la unión de las dos aldeas. Algo Bello. Precioso. Una auténtica obra de arte.
El alcalde estaba contento, pero le faltaba algo y no sabía el qué.
- ¿Y si en vez de ser un globo perfecto fuera más ovalado? simbolizaría, además del mundo, un nacimiento.
A priori extrañado, el pastelero, dubitativo, accedió a tal apreciación. "Tampoco pasará nada, se dijo". Y así el globo se transformó en huevo.
- Bravo- le dijo el alcalde. Me gusta más que antes, pero... ¿y si el huevo fuera más cilíndrico? simbolizaría, además del mundo y el nacimiento, el pilar de la nueva sociedad. Sí, me gusta como suena: el pilar.
El pastelero empezaba a estar un poco disgustado porque notaba que no estaba haciendo su trabajo. Estaba haciendo lo que alguien que no sabía de pastelería creía que estaba bien.
- No quiero cambiarlo. Ya era difícil que el huevo manteniera mi idea inicial. La que con mi talento y experiencia puedo asegurar que era la buena. Hacer un pilar no tiene sentido. ¡Lo destruiría todo!- expuso, tenso, el pastelero.
- ¿Acaso has olvidado quien te paga por hacer lo que haces?- escupió el alcalde.
- No se trata de eso alcalde. Se trata de que el experto en pasteles soy yo, y yo sé como se debe hacer un pastel.- respondió
- En ese caso sabrás que el mejor pastel es el que yo quiero para la boda de mi hija.- Volvió a soltar el alcalde.
Por respeto a su pueblo y a su gente, por humildad y por lástima, el pastelero accedió a hacer los cambios. Y otros muchos que vinieron después. Resignado y dolido. Muy dolido por lo acontecido.
Llegó la boda. Una ceremonia preciosa, un despliegue envidiable y unos invitados de lujo. Tocaba la guinda del evento: el pastel.
Y salió. Todos lo miraron anonadados, perplejos, mudos. La enorme felicidad del alcalde se vio violentamente apuñalada por una imagen. Solo una. Las caras de desagrado y de asco de los comensales al ver el pastel no le importaron lo más mínimo. Solo una imagen. La de su hija, el día de su boda, llorando como si fuera el día más triste de su vida.

"El secreto de la genialidad es el de conservar el espíritu del niño hasta la vejez, lo cual quiere decir nunca perder el entusiasmo"
Aldous Huxley

3 comentarios:

Belén dijo...

me ha encantado este cuento. Soy profesora de infantil y me gusta hasta para mis niños pequeños contarselo porque tiene mucha mágia y una obra literaria buena, como esta llega a los niños su sentido mas amplio, captando este la esencia del cuento. Muy bonito felicitaciones

Belén dijo...

me ha encantado este cuento. Soy profesora de infantil y me gusta hasta para mis niños pequeños contarselo porque tiene mucha mágia y una obra literaria buena, como esta llega a los niños su sentido mas amplio, captando este la esencia del cuento. Muy bonito felicitaciones

Unknown dijo...

Que feo cuento jajaja😂🤣😂🤣😂🤣